lunes, 29 de octubre de 2012

El frío

Hace frío. Esta segunda madrugada de hielo sobre los coches me hace recordar al hielo de las noches de Londres, inevitablemente. El raspar de los cristales y el encender el coche diez minutos antes de que Emma y Alexander comiencen su viaje cotidiano al colegio que siguen compartiendo, ahora el British Council, antes un centro educativo de niños pobres y maltratados por la desgracia de sus progenitores.

Ahora soy yo quien tiene desgracias infantiles, abandonos, pobreza extrema de padres en paro e inmigrantes que no saben si volver a sus países o esperar un poco más a ver si la situación mejora, aunque las cifras dicen que no. Las cifras son tan terribles como las vidas individuales. La madre de S., sin embargo, está contenta. Han logrado llegar a un acuerdo con el banco, que se queda el piso hipotecado. Ellos se marchan, con lo que quepa en el coche, a Devon, donde ya hay familia, y donde, por lo visto, en la megafonía de los supermercados se solicita mano de obra. Lo mismo que aquí, me dice, con sorna.

Algún profesor con la mujer en paro ya no pudo poner la calefacción en todo el invierno pasado. Se abrigaban como podían, con capas de cebolla. Este invierno, sin embargo, dicen que será duro. Sobre todo para aquellos que no puedan poner la calefacción, o peor aún, los que se queden sin casa, sin cama, sin mantas, desahuciados como leprosos, apartados de la sociedad a la que hace tan poco pertenecían con orgullo. ¿Nos queda tan solo esperar a ver cuándo nos toca a nosotros?

domingo, 21 de octubre de 2012

Lo que tiene vivir

Al menos, al vivir en un pueblo de la sierra de Madrid, puedo salir a correr las mañanas del fin de semana e internarme en el campo después de cinco minutos. Yo voy corriendo por los campos, entre las vacas, o por las cañadas reales, doliéndome las piernas, y en esa soledad poblada de palomas y conejos corriendo asustados hacia las zarzas, entre el estrépito de los petirrojos, me siento vivo y me gusta vivir. Que no es poco en estos tiempos que corren. Esta mañana, al volver trotando entre el fresnedal de la dehesa, he recogido unas ramitas de una mata de tomillo. Ahora, la cocina entera huele a campo.


miércoles, 17 de octubre de 2012

La depresión

Mi amiga Ana, a la que quiero mucho, me dice que no hay lugar para depresiones ahora, que la depresión es un lujo que no podemos permitirnos. Seguramente tiene razón, pero no hay día que yo no piense que nos hemos equivocado volviendo a este país que va de mal en peor. De hecho, ya estamos mirando posibilidades de volver a irnos para no volver en una temporada bien larga. Tal vez nunca, quién sabe.

Llevo 20 años siendo funcionario y es la primera vez que estoy claramente convencido de que mi trabajo no tiene futuro: para mi familia, porque los gobiernos van a seguir recortando mi sueldo, sobre todo después de que se produzca el famoso rescate, que por cierto está al caer; para mis alumnos, porque cada vez hay menos recursos y menos personal para atender todas las desigualdades que la misma crisis está acentuando día a día.

La depresión es un lujo pero yo no puedo hacer nada por dejar de dármelo. Cada día me da miedo abrir la página virtual de los periódicos. Cada viernes tengo miedo de las decisiones del consejo de ministros. Cada fin de mes tengo miedo de los días que va a durar mi sueldo: si al 10 o al 12 del mes siguiente.

Hoy una marejada de inmigrantes ilegales intenta pasar la frontera de Melilla. Mientras, otra marejada no deja de irse de España. Tengo la impresión de que si no nos vamos pronto, nos vamos a quedar atrapados aquí. Y eso me da más miedo.


domingo, 14 de octubre de 2012

Córdoba

El fin de semana pasado estuve en Córdoba. Fui solo, a ver a mi madre, que tiene un hueso de la pierna atornillado con metales y tornillos. "No traigas a los niños, no quiero que me vean así".

Desde la glorieta del Mesón del Conde, donde paré a tomar una cerveza fría al volver de visitar a mi abuela, miré todas esas cosas que no estaban cuando llegué a la ciudad, hace casi cuarenta años ya. Por ejemplo, la fuente y los jardines detrás del colegio Fernán Pérez de Oliva, o el mismo colegio, que vi construir poco a poco, subir hacia arriba con esos bloques de construcción semiprefabricada, cada día que iba a mi colegio Calderón de la Barca, ahora convertido en centro "chico" de Secundaria, esto es, un centro en el que se imparte 1º y 2º de ESO, creo.

Todo lo nuevo estaba también muy limpio en mi recuerdo. Pasaban barrenderos y barrenderas hacendosas diariamente llevándose en sus bolsas de plástico colillas y bolsas vacías y restos de cáscaras de pipas de girasol. Pero ahora ya no, la crisis ha traído recortes en personal y ahora la limpieza organizada por el ayuntamiento solo llega para barrer las calles turísticas, de manera que cuando el autobús que me llevaba desde la Estación de Córdoba hasta el barrio del Santuario, adonde viven mis padres, el paisaje que veía a través de la sucia ventanilla se hacía poco a poco más sórdido, con los rincones de los edificios llenos de las primeras hojas caídas del otoño con papeles, bolsas de plástico, bolsas de patatas fritas y de pipas de girasol y de paquetes de tabaco pisoteados y vacíos. De manera que yo miraba toda esa construcción de jardines y colegios que se había ido haciendo a medida que yo crecía desde la sucia terraza del Mesón del Conde, que albergaba en la barra unos cuantos borrachos al borde de la violencia, y no eran todavía las siete de la tarde, y me di cuenta de que de alguna manera, la Córdoba que yo ahora veo, a pesar de la novedad de las autopistas y las nuevas barriadas y los nuevos parques, se parece mucho a la que yo recuerdo del año 1975: hay demasiada gente rebuscando en la basura y pidiendo por las calles, y hay muchos bares sucios que uno sabe están a punto de cerrar.

sábado, 6 de octubre de 2012

Cambio de opinión

Voy a cambiar de opinión y voy a seguir con el blog, es el único sitio que tengo para entrar en contacto conmigo mismo y hablar de lo que me pasa. Últimamente me he dado cuenta de que me estoy volviendo loco, así que creo que retomar el blog será una manera de volverme a la realidad, una realidad relacionada con el estar bien, en paz con mis semejantes aunque en guerra con mis entrañas, que diría nuestro querido Antonio Machado. Pues eso, vuelvo a las andadas, o bien vuelvo a dejar constancia de lo que me pasa, que es seguir dejando constancia de mi paso por este mundo.