jueves, 11 de agosto de 2011

Chavs (2)

En todas las sociedades occidentales existe un tercer mundo escondido tras el brillo cegador de los edificios de oficinas, de las altas torres acristaladas, de los trajes de Armani con los que visten los hombres importantes que van a un trabajo especulativo, tal vez inútil, seguramente falso. Amenazaba lluvia, pero cogimos el coche y fuimos a dar un paseo por la parte alta del río Darent, donde hay una granja de lavanda y de terneros ecológicos. Los ve uno nada más llegar, tendidos junto al río, mirándonos, masticando hierba. Mientras Emma elegía algunos productos, Alexander y yo fuimos a espiar a los peces verdes nacidos en primavera, pequeños todavía, nadando junto a la orilla de juncos y de berros. James dormía plácidamente en el coche.

Al volver elegimos otro camino, uno nuevo, desconocido. La estrecha carretera volvía a través de campos de trigo recién segado (grandes alpacas circulares, como grandes ruedas de paja, decoraban un paisaje casual, perfecto, improvisado). La carretera desembocaba en uno de esos barrios que nunca habíamos visto en estos cinco años que llevamos viviendo en el pueblo. Un barrio de edificios viejos, prefabricados, sucios. Donde viven los chavs. Donde se viene a comprar droga. De donde salieron los chavales que destrozaron las tiendas de la calle principal. Traté de imaginar qué futuro me esperaría si hubiera crecido en un barrio así. E imaginando me vi, sin darme cuenta, rompiendo la luna de un establecimiento, enfurecido, inconsciente, vil.






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