jueves, 10 de marzo de 2011

Golborne Road

El privilegio de llegar todas las mañanas al trabajo a una calle que tiene más de ciudad costera que de gran ciudad a la orilla de un río hace sentirse a uno feliz de vez en cuando, sobre todo en estos días en que el amanecer emerge cuando, si hay suerte y James no se ha despertado, estamos todavía en la cama. Desde que empiezan a cantar los pájaros en los árboles del jardín hasta que llego montado en la bicicleta a Golborne Road han pasado varias horas donde la luz se ha adueñado de la ciudad. Todavía a las ocho de la mañana los vendedores ambulantes, los cocineros callejeros, los barrenderos del primer turno, se mueven con una parsimonia de sueño y legañas, con una lentitud de paisaje bajo las aguas. Las gaviotas gritan en los tejados de los edificios y las palomas buscan comida en las bolsas de la basura. Pero el olor del café emerge del Lisboa como una promesa de día comenzando a existir, un renacimiento donde todo está por hacer, en el que tenemos aún la posibilidad de redención.