viernes, 21 de diciembre de 2012

El fin del mundo

El fin del mundo ocurre cada vez que una familia se queda sin casa y la madre se tira por el balcón. O cada vez que un loco entra en una escuela infantil armado con unas cuantas armas legales y mata a 20 niños. O cuando uno sale del hospital con un diagnóstico terminal, teniendo que pensar si pasa el laberinto vomitivo de la quimioterapia o prefiere morir como toda la vida, muriendo y ya está. El fin del mundo ocurre cada vez que el mundo se acaba para alguien, y el mundo puede acabar para una madre cuando pierde a su hijo, o para un hijo cuando pierde a su madre, o...

En el día del fin del mundo yo prefiero acordarme de todas las personas que están perdiendo libertades conseguidas durante muchos años, acordarme de tantos seres inútiles cuya simple ascendencia familiar les hace tener un puesto gerente en multinacionales de gran renombre, acordarme de tantas personas sin casa, que deambulan diariamente por las ciudades europeas buscando el asilo de un techo circunstancial para pasar la noche y resguardarse de la nieve, cuyo error fue confiar en su puesto de trabajo, acordarme de nuestra amiga S., cuya casa se va a subastar en febrero de 2013 y cuyo resultado no va a ser a devolver, sino a pagar 50.000 euros que no tiene ni va a tener nunca.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Uno se muere de pronto

Lo olvido siempre: que uno se muere de pronto, sin apenas esperarlo, y la muerte no entiende de hijos pequeños o de facturas sin pagar o de hipotecas o de familias perdidas en un limbo o un estado de shock que a veces dura todo el resto de la vida de los que quedan vivos, porque los vivos siempre nos olvidamos de que vivir es algo que se tiene durante un tiempo que uno nunca sabe cuándo va a durar, si un día o unos años o unos decenios.

Mi alumna N., de diez años, se ha quedado de pronto sin padre. Y ha vuelto a clase, dos días después, en perfecto estado de shock. ¿Cómo estás?: bien. ¿Y mamá, cómo está?: bien. (La mamá está con orfidal, ¿quién no está bien con orfidal?).

Mi compañera I. tuvo el fin de semana a su hermano y a su cuñada, cuarentones, llenos de vida. Ella tenía unas manchitas en la piel, pero estaba tomando un medicamento cuyos efectos secundarios eran manchas en la piel. Durante la semana, cuando volvieron a Segovia, se sintió mal. Fue al hospital y el diagnóstico, leucemia, tardío, sólo le dio para un día más de vida.

En estas mismas fechas en las que se acerca la navidad y queremos estar juntos, en familia, un niño de Cenicientos tuvo un ataque de asma jugando al fútbol en la calle y se murió en el helicóptero que lo llevaba a un hospital de Madrid. En otro diciembre de otro año, un niño inglés de Málaga bajaba una calle con su monopatín cuando un coche lo mató de inmediato.

Lo olvido siempre: uno se muere de pronto, y lo que deja, cuando eso ocurre a destiempo, es un desastre de vivos que no son capaces de encontrar un sentido, un sendero, nada. Sólo pastillas.

martes, 11 de diciembre de 2012

Otros funcionarios

Otros funcionarios son diferentes. Te cuentan su vida, por ejemplo, o tienen el don de la empatía, algo que uno solo espera de algunos psicoanalistas en estos tiempos, la verdad sea dicha, porque en estos tiempos de dureza no se espera nada de nadie salvo el saqueo sin discriminación, como es el caso del ministerio de hacienda, que primero embarga y luego pregunta, aunque siempre culpando al embargado, porque el desconocimiento de la ley no exime su cumplimiento. Me acuerdo en estos casos del pobre cabrero que venía de la Sierra Nevada de su vida entera habiendo recogido unas matas de manzanilla para su mujer que le pararon unos civiles y le multaron con unos doce mil euros que nunca llegaría a tener. El pobre respondió que él toda la vida había hecho eso, mire usted. Y ellos le dijeron eso del eximir y del cumplimiento: o sea, que a pagar o a embargar.

Hay funcionarios diferentes, pero me gustaría a mí que los funcionarios diferentes fueran la norma, y que no tuviera uno que escribir sobre sus compañeros de infortunio, sobre todo en estos tiempos en que se nos niega la paga extraordinaria.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Funcionarios

A nadie le gusta un funcionario de ventanilla, o de hacienda, que es lo mismo, un funcionario de sueldo bajo, sin paga extra, que te lo hace pasar fatal el rato que estás delante de él, no ya en una ventanilla, pero sí detrás de un mostrador o una mesa. Hay funcionarios buenos y hay otros insensibles al dolor ajeno. Abundan más los segundos, están muy acostumbrados a ver llorar a la gente que se queda sin vivienda, o se queda sin dinero, están muy acostumbrados a aplicar la normativa de manera estricta.

Lo peor es cuando uno se da cuenta de que las cosas funcionan de manera distinta con personas distintas. Lo que en la administración de hacienda de Vinateros era imposible de realizar "hasta dentro de una semana por lo menos", en Guzmán el Bueno era algo tan simple como dar a una ventana de la pantalla que dice "imprimir".

Hay funcionarios de mala cara que te llaman por teléfono para decirte que no pueden enviarte por correo postal lo que has solicitado porque la normativa dice que no se puede hacer. Hay funcionarios que cuesta imaginarlos en la cama, o durmiendo junto a otro ser humano, o criando a unos hijos, sobre todo porque uno piensa que ese tipo de seres debe ir condenándose a la extinción, pero se perpetúan de manera asombrosa y son capaces de adaptarse desde autarquías absolutas a democracias liberadoras. Son ese tipo de funcionarios los que, aplicando la normativa, no dudarían en meternos en unos campos de concentración en un futuro, o darle al botoncito que pone en funcionamiento el rociado de gas a las personas desnudas y amontonadas que esperan una ducha mirando con temor hacia el techo. Ojalá me equivoque.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Tiempo sin tiempo

Tiempo sin tiempo es lo que necesitamos los que tenemos hijos pequeños. Aquí coincidimos todos, en contemplar una serie de horas por delante con la tranquilidad de no ser necesarios para otros, de no ser necesitados con la urgencia con la que nos requieren los hijos pequeños. A tanto nos acostumbran al requerimiento, que cuando llegan a adolescentes y no quieren saber nada de nosotros lo pasamos fatal: hasta la medicación. Yo siempre dispongo de un par de cajas de Myolastan, por si las moscas.

Total, que esta mañana, con las prisas de un domingo con una hora y media subí el cerro Monterredondo buscando níscalos imposibles, pues antes de mí vi las trazas de otros muchos que habían pasado antes, el sábado, supongo. Desde la cumbre la montaña de Navacerrada y el puerto de Cotos se ve de un modo espectacular y blanca, y a esa hora dominguera, cuando los únicos despiertos son los cazadores de la dehesa, que uno oye los disparos a medida que sube el cerro y suda a dos grados bajo cero, y las vacas, por cierto, o los toros, que no pastan, sino que siguen con la costumbre veraniega de comer hojas de chaparro, uno se siente indiscutiblemente único y agradecido, aunque no haya dormido apenas tres horas interrumpidas por vómitos y llantos y cambios de sábanas y de luces encendidas y de llantos y de nanas cuyas letras uno olvida al tiempo de terminar de cantarlas. Uno se siente dichoso y heroico con la única seta recogida en la cesta, porque uno ha llegado a la cumbre del cerro, y ahora tiene apenas veinte minutos para bajarla si quiere llegar a las diez a casa. Tiempo sin tiempo es lo que uno necesita cuando tiene niños pequeños. Tiempo para buscar las setas con atención y concentración y sin prisa. Que es como hay que vivir la vida.