lunes, 11 de julio de 2011

Cantábrico

Dentro de unas horas estaremos en alta mar, mirando embobados la lámina de agua inmensa, esperando ver saltar a los delfines. Siempre que estamos en el barco que cruza el Cantábrico me acuerdo de mi amigo Herminio. Me acuerdo de todos aquellos niños que, como él, atravesaron este mar a veces violento huyendo de la violencia mayor del bombardeo de Bilbao. Por Herminio, el guapo señor de más de ochenta años al que le encanta tomar la palabra si hay público, supe por primera vez, hace cinco años, de la existencia del buque Habana, el que salió de Santurce el 21 de mayo de 1937. Muchos de aquellos niños que viajaron hacinados, temerosos, llorando, vomitando, como Herminio, no volverían a España sino muchos años después, cuando el castellano había ido disolviéndose en el olvido y el inglés se había convertido en una primera lengua materna adoptiva. Me acordaré de Herminio y de todos aquellos otros dentro de unas horas, cuando el ferry lentamente suelte las amarras y se aleje de Portsmouth para emprender un viaje inverso al de aquellos niños y niñas de 1937.