miércoles, 30 de mayo de 2012

Miedo en el cuerpo

Eso de tengo el miedo metido en el cuerpo, como si el miedo se pudiera meter en otro sitio que no fuera un cuerpo, es una expresión popular que me sirve hoy para qué: para retratar a un país. El país está como yo, con el miedo metido en el cuerpo. El país está como yo: con una redundancia. El país me sirve hoy para escribir algo, para dejar de mirar como un poseso los titulares digitales de los periódicos cada diez minutos. Hoy, a media mañana, Bruselas, y ellos, nos dieron un respiro. Pero luego qué. Qué los años que nos quedan por vivir....


miércoles, 23 de mayo de 2012

Día de huelga

Ayer dediqué el día de huelga a cuidar de Alexander, que tiene varicela. Lleva tanto tiempo sin ir a la escuela que se le hace cuesta arriba pensar en volver. El lunes, como no teníamos con quien dejarlo, le obligamos a vestirse. Le obligamos a asistir al colegio, pero al mediodía no pudo más. Emma (tenemos la suerte de que su madre y él van al mismo cole) se lo trajo a casa. La verdad que el día de huelga nos vino de perlas.

La hubiese secundado yo de todas formas. Hay cosas por las que merece la pena luchar, y la educación pública es una de ellas. Los menores menos favorecidos, por ejemplo, los que merecen todo nuestro apoyo para ayudarlos a superar las desventajas sociales que les han venido impuestas, que ellos no han elegido. Los menores con dificultades de aprendizaje, que necesitan un refuerzo especial sin el cual se quedarán en el vacío o en el limbo cultural en el que tantos se quedan.

Si los niños no realizan trabajos manipulativos en las primeras edades, si no dedican sus horas de recreo a escarbar en los areneros que ahora posiblemente se queden sin arena por falta de dinero, sin plastilina y sin barro, no llegarán a desarrollar el potencial que llevan dentro. Y el país será, como siempre, un país de fracasados, de los que nunca llegan a nada. Llegarán, eso sí, los de siempre: los hijos de los ricos, que acuden a centros privados llenos de recursos, de areneros renovados de arena nueva y siempre limpia, no con residuos de jeringuillas o de vidrios de botellas de cerveza, no con colillas de cigarrillos ni de porros. Renovados con subvenciones públicas también. Esto no hay que olvidarlo.

martes, 15 de mayo de 2012

Buen viaje

Entre mis 19 y mis 23 años leí unas tres veces Cambio de piel, y por entonces también La muerte de Artemio Cruz, y por supuesto antes de ir a vivir a Málaga, el cuento Aura. Hace un par de años lo intenté de nuevo con Terra Nostra y no pude terminarlo, pero uno puede comprender, dentro de su ignorancia ominosa, la tarea que emprendió Carlos Fuentes, que se acaba de morir. Es como el Ulises de Joyce, que tengo descargado en el Kindle en versión original (sin subtítulos) y no voy a poder terminar nunca. Tal vez hay libros escritos para que uno solo pueda empezarlos. Tal vez hay libros escritos para escritores solo, escritores de verdad, no estos de los blogs, con ínfulas de nada.

Pero yo a Carlos Fuentes, como a Joyce, le tengo cariño. Se muere alguien que era como de la familia, con sus libros aquí en casa, sobre todo ese que quiero yo tanto, el de Cambio de piel, que ganó el premio Biblioteca Breve en su momento. Hubo un tiempo en que quise escribir como él, y lo imitaba mucho.

Muchos dicen que era un pijo. Es decir, si lo comparamos con Rulfo. Rulfo era el pobretón de la literatura mexicana. Fuentes el pijo, aunque un pijo rojo. Pero me caía bien. Lo hizo bien. Así que, desde aquí, ahora, echado en la cama, oyendo la respiración de los niños recién dormidos, te deseo un buen viaje, Carlos. Vete tranquilo. Lo intentaré de nuevo con Terra Nostra.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Los días grises

Creo que llevamos ya cuatro semanas con lluvias ininterrumpidas. El fin de semana, mientras limpiábamos la casa por la mañana y la preparábamos para unas visitas (las únicas visitas que tenemos últimamente son las de los compradores potenciales), Emma se detuvo un momento, con el trapo del polvo en la mano y la mirada perdida en la ventana, y dijo, como para sí: si no sale el sol pronto me voy a volver loca.

Es una de estas situaciones que comienzan a ser bíblicas, imágenes que uno creía que pertenecían al mundo de la literatura latinoamericana que más nos gustó una vez, la de Cien años de soledad. Aunque no todo es gris, no siempre. A veces, como ayer, ¿ayer?, por la tarde, salió un rayito de sol. Como no estamos ya acostumbrados, y yo había ido a recoger a James, me apresuré a sacarlo al jardín a que jugara bajo el sol, mientras yo comenzaba a preparar la cena. En una de estas, que miré hacia el otro lado, hacia afuera de la calle, vi a las vecinas de abajo, las cuatro niñas rubias de la familia del número 26. Se habían puesto los pantalones más cortos del ropero, de los de marcar paquete, y patinaban calle arriba calle abajo como si fuera verano y el sol llevara muchos días seguidos en el cielo. Es curioso. En estos días invernales, como el calendario dice mayo, uno puede encontrar por la calle a personas con abrigos junto a otras con manga corta.

Sigue lloviendo.

martes, 8 de mayo de 2012

El día de Europa

Para celebrar el día de Europa los de 1 de ESO aprenden no sólo a tocar la parte del Te Deum de Charpentier que todo el mundo conoce, sino que aprenden que el Te Deum se llama así, no Eurovisión. El himno oficial de Europa, sin embargo, es la Oda a la Alegría que compuso Beethoveen dentro de su novena, aunque los niños aprenden muy pronto a tocarla con la flauta y van dando flautazos en sol mayor con la maldita melodía por todo el colegio. El nueve de mayo es fiesta en Jersey porque fue hoy, en 1945, que los liberaron de la tiranía nazi, no ayer, que acabó la guerra. Los aviones aliados volaban por encima camino de Alemania y los pobres habitantes de la isla se preguntaban si no se habrían olvidado de ellos, si siempre iban a tener que vivir así, bajo las herraduras de los soldados arios. El nueve de mayo Schuman, el ministro de exteriores francés, leyó la declaración que lleva su apellido, una declaración sentida en la que pedía a las naciones europeas la unión en un estado más grande y comprometido para evitar lo que hasta entonces había sido la guerra más terrible en la tierra. La Unión Europea nacía como idea entonces, y como idea pacífica, por decirlo de algún modo. Yo nací 24 años después. Un nueve de mayo. Felicidades, Europa.

sábado, 5 de mayo de 2012

Pedales

Mi abuelo gallego, que se llamaba Aurelio, vaya nombre, viajaba en bicicleta. Lo hacía sobre todo entre la aldea de Baronzás y el pueblo de Xinzo da Limia, que aunque están a un kilómetro de distancia, lo hacía cargado de productos de la tierra que vendía por las calles. Muchas veces, cuando llegábamos a Xinzo a primeros de agosto, nos cruzábamos con él por la carretera, y aunque mi padre tocaba el claxon del coche, él apenas disminuía su ritmo lentísimo de tortuga de cuento. Me preguntaba entonces cómo podía mantener el equilibrio a aquella velocidad. Tenía setenta, y luego ochenta años. Y más tarde noventa. Y seguía viajando en bicicleta, hasta que perdió el sentido de la realidad y se murió muy rápidamente, enloquecido o tal vez más cuerdo de lo acostumbrado: le pedía a mi madre que le trajera un habano encendido en su lecho de enfermo o de muerte.

Me acuerdo de estar junto a él en las siestas orensanas, que son como las de Córdoba, pero con un porcentaje bastante mayor de humedad (multiplique usted por cien). A la sombra de la parra, recuerdo que sacaba del bolsillo un cigarro que había apagado a la mitad hacía quién sabe cuántos días, lo encendía, y leía el resto de una revista tal vez de hacía tres o cuatro años, pues lo mismo le servían para encender el fuego en la cocina de leña cada mañana como para leer una noticia atrasada, un presente hecho historia o nadería, quién sabe.

Me acuerdo mucho de mi abuelo Aurelio, me acuerdo de él casi cada mañana, cuando voy al trabajo y pedaleo en mi bici bajo la lluvia o la neblina o el sol, el frío o el calor. Cada mañana y cada tarde, yendo y viniendo del instituto español, sudo, y ese sudor me limpia, lo mismo que me limpia el trabajo del campo. Lo que hizo que mi abuelo se convirtiera en un ser casi centenario que podía ir en bicicleta por la carretera de Xinzo da Limia.

Yo a la máquina le debo muchas horas de sufrimiento y de libertad desde muy pequeño. De niño, mi tío Paco me regaló una BH que no olvidaré jamás. De joven, en Córdoba, fui de los primeros que reivindicaron, con la práctica, un carril bici que no sé si ha llegado a la ciudad. Y ahora, a mis casi 43 años, la bicicleta me ha devuelto a una juventud que creía había perdido. Tanto sudar y he perdido la barriga que empezaba a preocupar a Emma y a mí mismo, y mis piernas han vuelto a ser las que eran, no esos troncos fláccidos de los que me avergonzaba un año y medio atrás. A Paul Auster le gustaría oírme la historia, seguro, amante como es de los puros y los cigarros como de los deportes que merecen la pena: el baloncesto, el béisbol o, supongo yo, aunque no lo tengo claro, la bicicleta. Volvemos a España, pero lo que a mí me gustaría es irme a Nueva York otros cuantos años, y viajar por aquellas avenidas de taxis amarillos sudando, pedaleando, manteniéndome joven, o lo que es lo mismo, vivo.