martes, 27 de septiembre de 2011

Niebla

Es difícil, a pesar de del cliché construido sobre la ciudad de Londres, encontrar un día de niebla. La niebla de las películas era más bien humo, el que emergía de los trenes y los tranvías y el metro, que comenzó a funcionar en el siglo XIX. También el humo del carbón de cada casa, el humo de la madera, de miles de fuegos encendidos para calentar cada rincón, para alejar las humedades. Hoy es uno de esos días de niebla que augura un mediodía si no caluroso, bochornoso, de mangas cortas. Indian summer llaman aquí al Veranillo de San Miguel, o del Membrillo. En la bicicleta se me han humedecido las ropas y se me ha mojado la cara, y en la calle de Golborne no he podido resistirme a hacer una foto al emblemático edificio de los años sesenta construido en North Kensignton para albergar a familias desestructuradas. Pensaban entonces que estos edificios iban a resolver problemas de integración, pero la verdad resultó inversa. Una compañera de Historia que vino sólo un año a trabajar al instituto decidió visitarlo por dentro, pero en el ascensor alguien quiso quitarle los zapatos. Parece ser que le gustaron.



viernes, 23 de septiembre de 2011

La primera mirada

Hace años no me hubiera imaginado despertándome diariamente a las cinco de la mañana, preparando las cosas para iniciar el día, la comida de James, la mía, el desayuno de Alexander, el café, cuyo olor comienza a inundar la casa inaugurando el nuevo día que está aún por llegar, pues afuera es de noche. Es noche cerrada todavía, pero el segundo en despertar, invariablemente, es el pequeño James, que me recibe siempre con una sonrisa y una mirada grande. Yo lo miro también, miro sus ojos, miro su mirada buscando trazos que me recuerdan siempre a Alexander, o al recuerdo que tengo de él, cuando aún era un bebé, y no el niño que es ahora, tan interesado por la fauna marina y por las matemáticas, los ordenadores y las aventuras que le suceden a Doctor Who. Sin embargo, aunque no me hubiera imaginado la vida que llevo ahora, yo no puedo imaginarme otra vida que no sea esta, la que cada mañana me lleva a despertar, a sentir que el día se abre como un ramo de flores ante la mirada de ese pequeño ser que me mira fregar los platos desde su silla en la cocina, todavía de noche, y me habla: ta, ma, ba... Tal vez la felicidad sea eso, que ante el cansancio de las noches sin dormir seguido, ante la oscuridad de un futuro que se nos desmorona, ante la falta de tiempo para todo lo que uno desea hacer, se encuentra siempre la sonrisa y la mirada que le salva a uno el día desde el principio.


jueves, 22 de septiembre de 2011

Libros robados

En el instituto los libros se encontraban en las estanterías acristaladas de los departamentos. Yo aprendí a abrir las puertas con un sedal de naylon. Pasaba el hilo por detrás del pestillo y luego tiraba muy despacio de las dos puntas, haciendo ceder el pestillo, hasta que se abría la puerta sin ruido. Quienes me acompañaban buscaban exámenes por los cajones. Yo, en la penumbra del departamento violado, leía los lomos de los libros, elegía alguno al azar. Así es como llegó a mis manos la Historia del tiempo, de Stephen Hawking.

Lo leí durante el verano de 1986. Han pasado 25 años, y todavía se encuentra aquel ejemplar entre los volúmenes de los estantes, los que no han sido guardados en cajas, los que no se quedaron en la casa de mis padres, en Córdoba, o en el ático de Fuengirola. Está conmigo, como un fetiche. Los libros eran conquistas. Los libros leídos. Los que podía terminar. Y se iban quedando ahí, en el estante de mi habitación, no junto a los libros de texto, aparte de ellos. Los que iban formando mi identidad, lo que me hacía distinto. Estaban también libros que comenzaba a comprar, claro está, los que adquiría con el dinero del reparto de propaganda por las calles del centro, generalmente en la plaza de Las Tendillas.

Me avergüenza ahora un poco eso de los libros robados. Sobre todo contarlo, decirlo así, sin más. Los compañeros me llamaban cuando necesitaban registrar un departamento: "Tenemos un examen mañana, ¿no podrías abrirnos la puerta del de Lengua?" Yo, mientras se procedía al meticuloso registro, leía los lomos de los libros: Adiós, Cordera; Trafalgar; Poeta en Nueva York...

Quitaba el tejuelo de los lomos, pero quedaba intacto el sello entre las páginas del libro. Pronto, ahora que ya los libros están dejando de ser conquistas, fetiches, los devolveré, o los donaré, o los dejaré estar. Quién sabe.




lunes, 19 de septiembre de 2011

Más noticias sobre el caos

Terminando de leer las aventuras de Anthony Whitelands (o Antonio Vitelas, o Tony) en el Madrid de preguerra de Eduardo Mendoza, con la que me he reído con gusto (me digo que si Riña de Gatos ha ganado el Planeta es porque algo comienza a cambiar en España, algo profundo, importante, sobre la Guerra Civil), y sin atreverme a continuar todavía con las decisiones finales de Catherine, la heroína de Henry James obcecada en casarse con un cazafortunas aun en contra del parecer de su padre, el doctor Sloper, me encuentro debajo del asiento del coche, mientras espero a que Alexander termine su clase dominical de golf, con la novela de Joseph Mitchell Joe Gould´s secret, que compré antes del verano y desapareció de mis manos a medio leer. De repente me acordé de los personajes de Henry James, que caminan por la misma ciudad, pero en otro tiempo. New York City es, como todas las ciudades, varias al mismo tiempo, pero todas ellas con lugares comunes. Me sumerjo en la lectura, justo donde la había dejado varios meses antes, cuando Joe Gould va al encuentro de su entrevistador en una cafetería donde desayunará después de haber dormido en el porche de una iglesia, y ahora que veo la iglesia, o la imagino, posiblemente sea la misma frente a la que pasea o camina el doctor Sloper, sin pararse, sin mirar siquiera a los feligreses que salen y entran, una ciudad es muchas ciudades al mismo tiempo. De pronto llega la hora de que Alexander salga de su clase, con su bolsa de palos de golf colgando del hombro. El libro de Mitchell ha tenido que venir con nosotros en el viaje veraniego a España, me digo, y ha estado ahí, escondido, hasta ahora, tal vez esperando a aparecer justo antes de que estuviera a punto de terminar Washington Square. Curioso esto de los libros. Siempre pensé que los libros lo eligen a uno, no al revés. Así que no tendré más remedio que dejarme llevar por sus caprichos. Tal vez eso sea la formación literaria. Azar y caos.





lunes, 12 de septiembre de 2011

Propósitos de nuevo curso

Septiembre es para mí desde hace ya mucho tiempo el principio del año, cuando me propongo realizar durante los siguientes meses aquello que la mayoría hace en enero. Enero, sin embargo, es la continuación de un año ya comenzado, cuando evalúo, casi siempre negativamente, el desarrollo de los proyectos que me propuse ahora, en estos días raros en que uno conoce a los alumnos que llegan por primera vez al centro con cara de miedo y de mucha atención a todo, los ojos muy abiertos.

El verano ha pasado y no me ha dado tiempo de abrir Guerra y paz. Ahora están en el estante de libros que me esperan en el corto plazo de los propósitos de nuevo curso la Trilogía americana, de Roth, y Underworld, de Don Delillo, pero como soy un desastre y mi formación caótica, por eso nunca llegaré a nada, se me adelantan los que me salen al paso de repente, como si quisiera inconscientemente no cumplir lo que me propongo, o peor aún, confirmar que los propósitos de nuevo curso no se cumplen casi nunca. Me ha salido al paso Riña de gatos, de Eduardo Mendoza, Washington Square, de Henry James, y El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez, que estoy leyendo al mismo tiempo. El azar de los libros que salen al paso me descompone el propósito, convierte mi formación literaria en un caos, que es lo que ha sido siempre mi vida. Un desastre.






viernes, 9 de septiembre de 2011

Otoños

Ha llegado mi hermana desde Madrid para visitarnos durante el fin de semana y trae, con Gorka, entre las ropas, sobre la piel aún, los 36 grados de una ciudad con aires acondicionados y sombras que se buscan por la calle. Parece mentira oyéndolos y viéndolos que sea la misma época del año en que aquí Hyde Park se empieza a alfombrar de hojas secas de los plátanos azotados por el viento. El cielo plomizo augura la nueva lluvia de hoy mientras imagino con un poco de envidia el limpio azul de los cielos de septiembre en las tierras del Sur.