viernes, 23 de septiembre de 2011

La primera mirada

Hace años no me hubiera imaginado despertándome diariamente a las cinco de la mañana, preparando las cosas para iniciar el día, la comida de James, la mía, el desayuno de Alexander, el café, cuyo olor comienza a inundar la casa inaugurando el nuevo día que está aún por llegar, pues afuera es de noche. Es noche cerrada todavía, pero el segundo en despertar, invariablemente, es el pequeño James, que me recibe siempre con una sonrisa y una mirada grande. Yo lo miro también, miro sus ojos, miro su mirada buscando trazos que me recuerdan siempre a Alexander, o al recuerdo que tengo de él, cuando aún era un bebé, y no el niño que es ahora, tan interesado por la fauna marina y por las matemáticas, los ordenadores y las aventuras que le suceden a Doctor Who. Sin embargo, aunque no me hubiera imaginado la vida que llevo ahora, yo no puedo imaginarme otra vida que no sea esta, la que cada mañana me lleva a despertar, a sentir que el día se abre como un ramo de flores ante la mirada de ese pequeño ser que me mira fregar los platos desde su silla en la cocina, todavía de noche, y me habla: ta, ma, ba... Tal vez la felicidad sea eso, que ante el cansancio de las noches sin dormir seguido, ante la oscuridad de un futuro que se nos desmorona, ante la falta de tiempo para todo lo que uno desea hacer, se encuentra siempre la sonrisa y la mirada que le salva a uno el día desde el principio.


1 comentario:

  1. Leí este texto el otro día y me quedé con una sonrisa al terminar. Ahora lo vuelvo a leer y se produce la misma sensación de placidez.
    Enhorabuena por esa luz que sale de una sonrisa y una mirada tan limpia.

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