martes, 31 de mayo de 2011

Paseo

Son las cinco y media y el sol aparece por las ventanas de la casa de mis suegros en Somerset. James esta despierto. He tomado un cafe y he cogido la camara de fotos y he salido a dar un paseo, hoy que el viento parece haber cedido en su terca determinacion de llevarse todo por delante. Es un amanecer lento y silencioso. Mientras paseamos, mientras hago unas fotos y sorprendo a algunos conejos, James se va durmiendo de nuevo, sus ojos fijos en mi cara. Los estorninos vuelan sobre nuestras cabezas, veloces, envueltos en sus nubes negras. Es de dia.





domingo, 29 de mayo de 2011

País de atletas

Me hubieran preguntado hace unos años y habría dibujado en mi rostro mi sonrisa irónica antes de declarar cualquier barbaridad despectiva sobre estas personas que gustan de correr por gusto, hasta casi la extenuación. Ese tesón del que me hubiera reído hace tiempo (porque no era, según mi punto de vista de entonces, artístico, ni inteligente) es el mismo que necesita un escritor para terminar una novela. Lo dice John Gardner en The art of fiction, y el símil me parece ahora certero, no hace años, que lo habría considerado de mal gusto. Porque nada estaba más alejado de la literatura que el atletismo o el deporte.

Algunos días que termino pronto y paso por Hyde Park a mediodía me cruzo en bicicleta con decenas de personas que a la hora del almuerzo se dedican a correr. Son mujeres y hombres, jóvenes y maduros, incluso muy mayores, corriendo con una cabezonería que sobrepasa el cansancio, recordando, aun sin saberlo, a aquel Pheidippides de Eucles que recorrió los 40 kilómetros entre Atenas y Maratón para susurrar su mensaje: "nike, nike", y caer fulminado por el cansancio. En grupos o en solitario, cada uno a su ritmo, algunos oyendo música en ipods, concentrados en su propia respiración, en las zancadas amplias o en los pasos rendidos.

Es una imagen que también vemos a la mañana: gente corriendo, ciclistas, atletas preparándose para uno no sabe qué acontecimiento futuro, tal vez el maratón de Londres, que cada año llena las calles de la ciudad con miles de personas. Es entonces cuando uno se da cuenta de que este país es un país de atletas. En las últimas olimpiadas Reino Unido fue, como casi siempre, el primer país europeo en el medallero y el cuarto mundial, tan solo por detrás de Rusia, China y EEUU.

Para mí solo es ahora cuando estoy a la altura de percibir la belleza que se encuentra en un cuerpo humano cuando corre o salta, concentrado al cien por cien en la actividad física que realiza, del mismo modo que en una buena novela, resultado de días y meses y años de trabajo continuado como el del corredor de fondo. Liberado del prejucio que dirigía mis sentimientos y mis percepciones, también solo es ahora cuando puedo disfrutar de un rato a la mañana haciendo jogging por medio del campo, por los caminos embarrados, junto a vacas o caballos, que es lo que hago en Somerset, cuando vamos a pasar unos días a la casa de mis suegros. Nos vamos el martes.


jueves, 26 de mayo de 2011

Preguntar cuánto... y para qué

El día 24 de mayo Antonio Muñoz Molina escribía en su diario una antológica, estupenda entrada titulada Preguntar cuánto, motivada por el comentario de un lector, Carlos Casares, en el que el día anterior contaba irónicamente el ir y venir del sindicalista de su trabajo, un tal Manolo, nombre, supongo, ficticio, a quien preguntó hacía tiempo cuánto dinero recibía su sindicato del erario público, a lo que el tal Manolo, después de preguntar en su sede sindical, no supo dar respuesta:

Le he preguntado mil veces a mi querido Manolo cuánto dinero recibe su sindicato del gobierno, de nuestros impuestos. Se lo he preguntado siempre con amabilidad, para no mosquearlo. No lo sabe. Pero es una buena persona. Lo preguntó en la sede sindical, a un dirigente, para quitarse de encima de una vez por todas la maldita preguntita. Le pusieron cara de póquer. No se sabe. Es un secreto de estado, seguramente. 

Yo lo primero que hice fue ir a google, escribiendo como palabra clave "BOE", que es donde se publican los secretos de estado, y encontré fácilmente las subvenciones que recibieron los sindicatos en 2010. Se puede estar en contra de que el dinero de nuestros impuestos vaya a parar a las organizaciones sindicales, se puede preferir que sus actividades las paguen sus afiliados, pero antes de seguir habría que saber para qué se utilizan estas subvenciones. Y para ello voy a contar aquí parte de una historia, la mía.

Yo no pude ir a estudiar a Granada, que era lo que quería. Mis padres no tenían dinero para mantenerme allí. Estudié por tanto en Córdoba. Si iba a la Universidad por la tarde, en el turno de mañana hacía un curso del INEM que estaba organizado por un sindicato. Es decir, el INEM tenía un convenio con el sindicato en cuestión para poder realizar estos cursos. El edificio, en la Córdoba antigua, era una Escuela Sindical, y he de decir que mañana y tarde estaba ocupada por grupos de parados o de trabajadores que realizaban cursos de una cosa o de otra. A mí me vino bien hacer un curso de Programación informática en una época en que no había computadoras en ninguna casa, o de inglés, en una época en que los profesores de inglés lo hablaban, si había suerte, con acento francés. Los ordenadores y los materiales con los que la organización sindical realizaba su labor formativa, descargando al INEM de algunas de sus responsabilidades, o bien subcontratando estas actividades en el sindicato, estaban sufragadas con el dinero público que recibían del Estado.

Así ocurre y sigue ocurriendo con las actividades formativas que se realizan para los trabajadores de las distintas ramas laborales. Ciertos deberes formativos que las empresas o los ministerios tienen con sus trabajadores las realizan los sindicatos, y es para ello para lo que reciben las subvenciones. Pero no solo para ello. Los sindicatos, unos más, otros menos, también realizan una gran labor divulgativa y cultural: se realizan exposiciones, se publican libros, se elaboran materiales didácticos, informativos, etc., que le vienen muy bien al Estado, pues puede desentenderse de ellas.

Otra cosa es pedir que estos fondos concedidos se empleen bien, por eso yo creo importante que se pregunte no sólo cuánto, sino también para qué, para qué han servido los seis millones de euros que se han concedido a cada uno de los sindicatos mayoritarios, para qué los dos millones que ha recibido la CEOE, cómo se han utilizado las partidas económicas, qué cursos se han realizado, qué utilidad han tenido los grupos de trabajo y los libros publicados, etc.

Hay gastos que son criticables porque no sirven para nada, sin embargo. O para muy poco. Por ejemplo, he visto con mis propios ojos las cajas de whisky (vale, era JB) y de vino (éste no era malo) que los funcionarios y los guardias civiles de una embajada estaban metiendo ostentosamente para celebrar la festividad de El Pilar, por ejemplo. En las embajadas (creo que hay en torno a 130 repartidas por el mundo) se realizan celebraciones navideñas, de la Hispanidad, y del Pilar, que yo sepa, con dinero público, donde se invita a una gran cantidad de funcionarios y personalidades y se come jamón, lomo embuchado y otras excelencias españolas. Yo nunca he ido, por cierto, aunque he sido reiteradamente invitado a ellas. Y no lo he hecho por cierta vergüenza ajena que me produce este hecho, el del gasto público en actividades lúdicas y alcohólicas.


Yo estoy afiliado al mismo sindicato al que estuvo afiliado mi padre. Será costumbre familiar, será que he crecido con las siglas y el color rojo rondando siempre por la casa, con ejemplares del Mundo Obrero encima de la mesa, aunque he de decir que no soy un feligrés sindical, ni mucho menos. Me lo tomo con distancia. Pero en aquella época, siendo yo un niño y en la Historia de España ocurriendo eso que llamamos Transición, mi padre era Secretario General Provincial de una rama laboral. Él era un simple obrero, y creyó en su momento que los contratos laborales podían legalizarse, normalizarse, presionando a los empresarios. Él realizaba visitas de inspección a ciertas fábricas, y siempre cuenta cómo cuando entraba en algunas de ellas, los trabajadores (sin contrato) saltaban por las ventanas y salían huyendo para proteger al empresario que los explotaba pero que al mismo tiempo los tenía trabajando y les permitía subsistir. Mi padre luchaba contra los resultados de esta estafa que aún hoy se da: trabajadores que perdían un brazo en una máquina y ya no podían trabajar más ni recibir ninguna remuneración por su minusvalía, ocasionada por el trabajo que estaban realizando para un empresario que prefería realizar sus actividades económicas en negro. En una ocasión el empresario quiso hablar con mi padre. Lo citó en el bar del pueblo, y a la vista de todos los parroquianos el señor sacó una pistola y la dejó sobre la mesa mientras conversaban.

Cuánto cuesta y para qué sirve ese dinero, y a quién va, quién está detrás de ciertas siglas. Lo que no se puede consultar es la cantidad de dinero que reciben las ONGs en España. Sabemos que en 2011 las subvenciones dirigidas a las mismas serán de 210 millones de euros, pero a estas partidas hay que sumar las que estas organizaciones reciben de organismos públicos concretos y que salen de lugares diferentes. Muchas de estas Organizaciones No Gubernamentales están coordinadas por la iglesia católica, y debiéramos conocer también para qué sirve ese dinero, dónde va, y cuánto de esas subvenciones caen en proyectos inútiles o estériles elaborados por cualquiera con más pundonor o pasión o espontaneidad puntual que inteligencia o sentido común.

jueves, 19 de mayo de 2011

The fat badger

En la esquina entre Portobello Road y Golborne Road estaba el Fat Badger, un pub de los clásicos, de los de buen estilo, de los de techos altos, amplios sillones (de segunda mano), suelos de madera, buena música y un ambiente tranquilo de los que quedaban pocos. No sé cuántos años llevaría ese pub ahí, abierto a amparar personas solas que leían un libro o simplemente meditaban, acompañados de la buena música que muy lejanamente sonaba constante en su interior. Era un refugio, pero también un lugar de reunión sorprendente a la noche, las pocas veces que lo vi, iluminado, poblado de rostros sonrientes, alborotados, felices. A veces, en alguna hora muerta a la tarde, me dejé caer por allí a escribir o leer y a tomar una pinta de cerveza.

Hace un par de meses lo cerraron por obras. No avisaron a nadie. Pensé que lo estaban reformando, que querían sacar partido a la etiqueta Michelín que ostentaba una de sus puertas. Pero no. Hoy lo han inaugurado y para mi sorpresa y horror han puesto unos toldos azules y unas mesitas redondas y unas sillas destartaladas que parecen haber sacado de un vacie, parece que la estética de la basura comienza a estar de moda otra vez, y he leído por primera vez su nuevo nombre: Pizza East.

Descanse en paz el Fat Badger.