sábado, 14 de mayo de 2011

Fantasmas

Durante toda su vida Emma estuvo preguntándose cómo sería su verdadero padre, un hombre del que su madre huyó para nunca más volver a verlo ni a hablar con él sino a través de los abogados que tramitaban un divorcio a través de llamadas telefónicas y documentos oficiales. Emma tenía entonces seis u ocho meses. Su madre se enamoró de un hombre con el que se volvió a casar, un hombre que se hallaba también huyendo, en su caso de una mujer y unos hijos a los que no volvió a ver tampoco jamás, y cuya única comunicación consistía en un ingreso mensual de dinero judicialmente obligatorio para la manutención de los menores de edad que ahora, también, tal vez, se estarán preguntando dónde fue a parar su padre, dónde vivirá, si se acordará de ellos. Emma es hija de la huida, del trato continuo con el fantasma de su padre biológico, con quien soñaba, a quien no podía ponerle rostro, de quien no tenía recuerdos. Pero también de los fantasmas de los otros hijos de su padre adoptivo, de los hermanastros que tenía en algún lugar, a quienes tal vez le hubiera gustado conocer.

Todas las horas nocturnas que estuvo buscando a su padre P., tecleando con obsesión el apellido que lleva tras su nombre en páginas webs en las que puedes encontrar a quien quieras si eres concienzudo, en google, en las guías telefónicas... sin resultado, y no se le ocurrió nunca que en lugar de buscar a su padre podría buscar a otras personas de su familia, por ejemplo a las hermanas de su padre, sus tías, ¿por qué no? Y utilizar las páginas del censo para los antepasados más lejanos. Todos los datos que la llevaron un día, hace poco más de una semana, a asegurarme que creía haber encontrado a una de las hermanas, curiosamente, a poco más de cinco minutos del colegio donde Emma imparte clase y a donde nuestro Alexander va cada día, llevado por ella o por mí, da igual. Aquella tarde se fue, dejándome con los niños en casa. Pero al parecer no había nadie en aquella dirección: dejó una nota con su número de teléfono y unas palabras: Hello, my name is Emma and I´m looking for my family. I would like to know if you have a brother named P., who maybe is my father. 


Después del fin de semana aquella mujer, que había vuelto de estar unos días en una caravana en Sussex, la llamó por teléfono: ella era la hermana de P., confirmó, P. vivía todavía, había tenido cáncer pero se había recuperado, podrían tener un encuentro el martes a las siete de la tarde. Los acontecimientos se sucedieron tan rápidamente que ahora a Emma le daba miedo acudir a ver la cara de aquel fantasma cuyo rostro había estado tratando de imaginar durante cuarenta años. Tanto tiempo viviendo con un fantasma, hablando con él, reprochándole tantas cosas, sobre todo su silencio, y ahora que lo iba a tener delante el miedo la ataba a la casa, y no quería salir. Pero fue, se atrevió a acudir a aquella cita a donde llevó flores y de donde volvió, tres horas después, llorando y feliz, liberada de una ausencia que pesaba durante años como la losa de una sepultura de pronto profanada.

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