martes, 17 de mayo de 2011

Mañanas

El despertador de mi teléfono suena mucho antes de lo necesario para llegar al trabajo. Pero a finales de mayo a las cinco de la mañana la luz penetra por la ventana y atraviesa las cortinas cerradas con un ímpetu de mediodía, con la virulencia de patio infantil, y los mirlos, las urracas, las torcaces, están inmersos en frenética actividad. En casa, todos duermen. Duermen con una profundidad de noche oscura, de silencio interior.

Éste es el momento del día que prefiero. Si tengo suerte y James no ha despertado puedo fregar los platos de la cena de ayer, salir al jardín con la taza de café humeante, observar el crecimiento enloquecido del césped, su color cambiante, el del cielo tantas veces gris. Si tengo otra suerte, James, como ahora, está en mis brazos, dormitando o casi despierto, y yo escribo con una sola mano.

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