domingo, 25 de diciembre de 2011

El día de navidad

Igual que el de año nuevo, el día de navidad lo he pasado muchas veces tratando de leer un libro de principio a fin. Encerrado en mi habitación. Que es lo que debería hacer uno de vez en cuando, encerrarse en su cuarto y decir no me llamen por favor, me dejen en paz. Give me a life. A break. Piss off. A tomar por culo.

Pero no, uno es padre, cabeza de familia. Eso de cabeza de familia siempre me ha hecho reír. ¿Es el que tiene la cabeza más grande? Entonces gano yo. Sin duda. 60 de circunferencia.

Es que uno no puede terminar los libros que empieza. Es que a uno le agobia el máster. Es que uno no puede más. Pues eso. Posiblemente el año que viene no volvemos a España y, como me aconsejaba el poeta en sus comentarios, nos quedamos en este país de locos. Por mí bien, porque sólo debería de cuidar al James. Pero después de un año, de dos, qué. Cuando se nos fueran los ahorros, qué. Cómo lleva uno/una la separación durante tiempo largo.

Que sea lo que Dios quiera, que decía mi abuela, por eso de que las decisiones que uno hace, en el fondo, no las hace uno realmente, sino un ser superior.

Feliz navidad.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Noche silenciosa

Cuando yo tenía 9 años aprendí a tocar con la flauta dulce Noche de paz, y es una de esas melodías que siempre me ha gustado escuchar en sus distintas versiones del jazz o del soul que realzan la majestuosidad de una canción simple de toda la vida, con sus estrofas y su estribillo.

Noche de paz se refería a nochebuena, la noche en que nació un niño pobre que era un rey (creo que es lo que dicen los gitanos a sus hijos, y a mí mi abuela me llamaba Rey).  Pero las nochebuenas que me tocaba vivir a mí estaban tocadas siempre del ruido de tambores de la pelea de mi padre con mi abuela. La pacífica noche se tornaba siempre en una batalla ya esperable en la que nunca conocíamos el ganador y, según la cantidad de vino ingerido por mi padre, acababa en lágrimas o no.

Mi padre era comunista entonces. Todavía lo es, pero ser comunista entonces era distinto de serlo ahora. Ser comunista en los años ochenta, por ejemplo, era avergonzarse del arbolito de navidad que ya nunca más se puso, del nacimiento que uno tenía que ir a ver a casa de la abuela, porque en la propia estaba vedado. O peor, en la iglesia de San Rafael, a donde mi abuela me llevaba casi de contrabando, a lo que, por otra parte, estaba acostumbrada: al contrabando de garbanzos y de aceite de oliva.

Nosotros no tenemos más apego a Cataluña que nuestro amor a la ciudad de Barcelona y Alexander y yo al equipo de fútbol que, dicen, y nos gusta mucho, es el mejor del mundo. Pero entre unas gentes y otras que han pasado por nuestra vida se nos ha quedado el gusto de tener entre nosotros, por navidad, el tronc de nadal. Otros le llaman Caga tió. Es lo mismo, y aunque tenga ocho años casi, a Alexander lo tiene apasionado.



Feliz navidad, Alexander. Que tu infancia se alargue muchos años.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Soledades

Estuve tanto tiempo viviendo solo entre mis veinticuatro y mis treinta, tan celoso de mi soledad poblada, como la llamaba mi psicoanalista de entonces, porque de ella llegaba a mis sesiones hablando mucho de mis lecturas, que eran, aparte de mis alumnos y mis compañeros de trabajo, las relaciones con los demás que yo tenía, que se me ha olvidado que me gustaba tanto el silencio de la casa. Como estar en un espacio usurpado a otro, a otros, que lo merecieran más. Por entonces era un lujo ocupar una vivienda en soledad, más ahora, con la crisis y el paro y la deuda de los países y el gobierno financiero dictando al mundo (Europa) la política social que autárquicamente hay que seguir. Entonces lo era menos. Pero era raro, en definitiva. Uno era raro por vivir solo. Por no elegir al menos vivir con un compañero de piso, por eso de compartir gastos.

Se ha ido Emma y se ha llevado los niños unos días a Somerset y se me ha quedado la casa vacía y las lágrimas al borde de los ojos y me han asaltado los mismos pensamientos funestos de accidentes en la carretera que no dejaban dormir a mi abuela cada vez que "venían los madrileños", que era, a decir de ella o de mi padre, de higos a brevas. Cada vez que venían los madrileños ella, mi abuela, pasaba la noche en vela, dando vueltas al rosario. San Rafael Bendito, Patrón de los caminantes, guíalos por esos caminos de Dios para que lleguen sanos y salvos. Tengo metidas esas palabras en mi memoria carnal como una marca de fuego y hierro de res de pueblo llano.

Como no podía conmigo mismo en la casa cuando se fueron en el coche y se me quedó la cara de tonto oyendo el ruido del motor alejándose en la puerta de la casa me he ido rápidamente a Bromley a hacer la últimas compras de Navidad, y al salir me he echado al bolsillo el librillo editado por Destino El santo de mayo, de José Jiménez Lozano. Como esta semana el Máster me ha dado un respiro y no tenía más artículos que leer de Perrenoud ni de Pérez Gómez, una mañana antes de salir pitando, como todas las mañanas de mi vida, por no perder el tren que me lleva a Victoria Station, miré de refilón los libros del salón y metí en la mochila ese que tantas veces había empezado y había acabado aburriéndome a las pocas páginas. ¿Cuándo compraría yo ese libro? Sin duda alguna en la época en que vivía solo, en que ganaba dinero y lo gastaba a tontas y a locas comprando libros que sabía no iba a leer, porque había muchos más esperándome. Y he aquí que esta semana, sin saber por qué razón, las historias van entrando en mí como si hubieran sido escritas exactamente para mí y justamente para mí ahora, esos cuentos mínimos que abren el mundo a unos sentires que seguramente no he estado preparado para vivir (sí, vivir, pues leer es también vivir) sino es ahora, en este mismo instante de mi vida en que me he quedado solo y la casa se me llena de voces lejanas, las que ahora suenan en casa de mis suegros. A la pregunta de cómo no he podido leer este libro antes le sigue el agradecimiento al loco que fui hace tiempo, el loco que compraba libros sin ton ni son, sabiendo que no iba a poder leerlos todos. Gracias, me digo a mí mismo, por gastarte un dinero que ahora no tiene precio, Rafael. Gracias por haber traído este libro a Londres y no haberlo guardado en una caja, como tantos otros.


lunes, 12 de diciembre de 2011

La noche eterna

Hace cinco años solía resumir la experiencia invernal en Inglaterra diciendo que durante la semana yo no veía el jardín de casa, porque salía de noche y llegaba de noche. Es lo que ocurre ahora. Los sábados por la mañana se hace de día con una lentitud antártica y entonces puedo descubrir los estragos que el invierno va haciendo con el manzano y con las plantas del jardín, y el desastre que la gata va realizando metódicamente en las zonas de tierra.

Alexander tiene una selección de poemas, editada por la BBC (The Nation´s Favourite Children´s Poems), en el cuarto de baño que yo también leo a hurtadillas. Uno de ellos de de Robert Louis Stevenson, es un poema que me gusta mucho y que en estos días de invierno viene muy bien como contraposición. Parece un poema escrito por un niño, y eso lo hace más profundo si cabe. Se titula Bed in Summer:

In winter I get up at night
And dress by yellow candle-light.
In summer, quite the other way,
I have to go to bed by day.

I have to go to bed and see
The birds still hopping on the tree,
Or hear the grown-up people's feet
Still going past me in the street.

And does it not seem hard to you,
When all the sky is clear and blue,
And I should like so much to play,
To have to go to bed by day?

jueves, 8 de diciembre de 2011

Cumpleaños

Hoy cumple James un año. Anoche, andando hacia casa con Alexander de la mano, pensé que tanto James como él habían crecido mucho. No hablo de crecimiento corporal, que también. Pensé que yo también había crecido mucho, que de algún modo la presencia de James en la familia nos ha hecho cambiar a todos para bien. Hemos cambiado mucho.

Hace un año Emma llevaba más de doce horas de parto. Y así siguió durante todo el día hasta que a la noche tuvimos que ir al hospital en ambulancia. Le hicieron una cesárea a mi lado. Yo cogía su mano y se me caían las lágrimas de miedo y de preocupación, y un rato después, una enfermera sacó a James como si sacara un pez del agua y lo envolvió en una sábana y lo pesó y me lo entregó y entonces yo lo miré con mis ojos de no haber dormido durante mucho tiempo y me pareció imposible que estuviera vivo y que tuviera todos sus dedos y que fuera tan guapo como su hermano cuando nació, seis años atrás.

Tal vez por el recuerdo inconsciente de aquella larga experiencia de nacimiento (todo son conjeturas) lleva dos días muy enfermo, con fiebre alta y una infección en el pecho que no lo deja respirar. Hoy es su cumpleaños. Como dicen aquí: bless him.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Como cada mañana

La calle de Gloucester Terrace está flanqueada de edificios blancos de donde salen hombres con traje y se suben a un taxi que está esperándolos en doble fila. No sé cómo será vivir en una de esas casas victorianas de tres plantas y techos altos y grandes cuadros o espejos colgando de las paredes. En Bishop´s Bridge Road veo cada mañana a mi izquierda los edificios-colmena donde viven las personas normales. Al otro lado de la carretera están las casas de los ricos. A la noche, supongo, unos se mirarán a los otros a través de las ventanas iluminadas, con envidia o con curiosidad o con cierto asco, depende desde dónde se tenga el punto de vista, la mirada tras el vidrio empañado que una mano limpia con un ademán automático. En Westbourne Road las tiendas todavía no están abiertas. De los escasos álamos desnudos cuelgan frutos imposibles encendidos de azul que anuncian unas fiestas navideñas de estilo pobre, a medida de la crisis. Algún barrendero cansado recoge papeles y bolsas de plástico de la sucia acera mojada. Amanece lentamente en la ciudad mientras la recorro, la hago mía, un poco, en bicicleta.