sábado, 24 de diciembre de 2011

Noche silenciosa

Cuando yo tenía 9 años aprendí a tocar con la flauta dulce Noche de paz, y es una de esas melodías que siempre me ha gustado escuchar en sus distintas versiones del jazz o del soul que realzan la majestuosidad de una canción simple de toda la vida, con sus estrofas y su estribillo.

Noche de paz se refería a nochebuena, la noche en que nació un niño pobre que era un rey (creo que es lo que dicen los gitanos a sus hijos, y a mí mi abuela me llamaba Rey).  Pero las nochebuenas que me tocaba vivir a mí estaban tocadas siempre del ruido de tambores de la pelea de mi padre con mi abuela. La pacífica noche se tornaba siempre en una batalla ya esperable en la que nunca conocíamos el ganador y, según la cantidad de vino ingerido por mi padre, acababa en lágrimas o no.

Mi padre era comunista entonces. Todavía lo es, pero ser comunista entonces era distinto de serlo ahora. Ser comunista en los años ochenta, por ejemplo, era avergonzarse del arbolito de navidad que ya nunca más se puso, del nacimiento que uno tenía que ir a ver a casa de la abuela, porque en la propia estaba vedado. O peor, en la iglesia de San Rafael, a donde mi abuela me llevaba casi de contrabando, a lo que, por otra parte, estaba acostumbrada: al contrabando de garbanzos y de aceite de oliva.

Nosotros no tenemos más apego a Cataluña que nuestro amor a la ciudad de Barcelona y Alexander y yo al equipo de fútbol que, dicen, y nos gusta mucho, es el mejor del mundo. Pero entre unas gentes y otras que han pasado por nuestra vida se nos ha quedado el gusto de tener entre nosotros, por navidad, el tronc de nadal. Otros le llaman Caga tió. Es lo mismo, y aunque tenga ocho años casi, a Alexander lo tiene apasionado.



Feliz navidad, Alexander. Que tu infancia se alargue muchos años.

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