jueves, 26 de mayo de 2011

Preguntar cuánto... y para qué

El día 24 de mayo Antonio Muñoz Molina escribía en su diario una antológica, estupenda entrada titulada Preguntar cuánto, motivada por el comentario de un lector, Carlos Casares, en el que el día anterior contaba irónicamente el ir y venir del sindicalista de su trabajo, un tal Manolo, nombre, supongo, ficticio, a quien preguntó hacía tiempo cuánto dinero recibía su sindicato del erario público, a lo que el tal Manolo, después de preguntar en su sede sindical, no supo dar respuesta:

Le he preguntado mil veces a mi querido Manolo cuánto dinero recibe su sindicato del gobierno, de nuestros impuestos. Se lo he preguntado siempre con amabilidad, para no mosquearlo. No lo sabe. Pero es una buena persona. Lo preguntó en la sede sindical, a un dirigente, para quitarse de encima de una vez por todas la maldita preguntita. Le pusieron cara de póquer. No se sabe. Es un secreto de estado, seguramente. 

Yo lo primero que hice fue ir a google, escribiendo como palabra clave "BOE", que es donde se publican los secretos de estado, y encontré fácilmente las subvenciones que recibieron los sindicatos en 2010. Se puede estar en contra de que el dinero de nuestros impuestos vaya a parar a las organizaciones sindicales, se puede preferir que sus actividades las paguen sus afiliados, pero antes de seguir habría que saber para qué se utilizan estas subvenciones. Y para ello voy a contar aquí parte de una historia, la mía.

Yo no pude ir a estudiar a Granada, que era lo que quería. Mis padres no tenían dinero para mantenerme allí. Estudié por tanto en Córdoba. Si iba a la Universidad por la tarde, en el turno de mañana hacía un curso del INEM que estaba organizado por un sindicato. Es decir, el INEM tenía un convenio con el sindicato en cuestión para poder realizar estos cursos. El edificio, en la Córdoba antigua, era una Escuela Sindical, y he de decir que mañana y tarde estaba ocupada por grupos de parados o de trabajadores que realizaban cursos de una cosa o de otra. A mí me vino bien hacer un curso de Programación informática en una época en que no había computadoras en ninguna casa, o de inglés, en una época en que los profesores de inglés lo hablaban, si había suerte, con acento francés. Los ordenadores y los materiales con los que la organización sindical realizaba su labor formativa, descargando al INEM de algunas de sus responsabilidades, o bien subcontratando estas actividades en el sindicato, estaban sufragadas con el dinero público que recibían del Estado.

Así ocurre y sigue ocurriendo con las actividades formativas que se realizan para los trabajadores de las distintas ramas laborales. Ciertos deberes formativos que las empresas o los ministerios tienen con sus trabajadores las realizan los sindicatos, y es para ello para lo que reciben las subvenciones. Pero no solo para ello. Los sindicatos, unos más, otros menos, también realizan una gran labor divulgativa y cultural: se realizan exposiciones, se publican libros, se elaboran materiales didácticos, informativos, etc., que le vienen muy bien al Estado, pues puede desentenderse de ellas.

Otra cosa es pedir que estos fondos concedidos se empleen bien, por eso yo creo importante que se pregunte no sólo cuánto, sino también para qué, para qué han servido los seis millones de euros que se han concedido a cada uno de los sindicatos mayoritarios, para qué los dos millones que ha recibido la CEOE, cómo se han utilizado las partidas económicas, qué cursos se han realizado, qué utilidad han tenido los grupos de trabajo y los libros publicados, etc.

Hay gastos que son criticables porque no sirven para nada, sin embargo. O para muy poco. Por ejemplo, he visto con mis propios ojos las cajas de whisky (vale, era JB) y de vino (éste no era malo) que los funcionarios y los guardias civiles de una embajada estaban metiendo ostentosamente para celebrar la festividad de El Pilar, por ejemplo. En las embajadas (creo que hay en torno a 130 repartidas por el mundo) se realizan celebraciones navideñas, de la Hispanidad, y del Pilar, que yo sepa, con dinero público, donde se invita a una gran cantidad de funcionarios y personalidades y se come jamón, lomo embuchado y otras excelencias españolas. Yo nunca he ido, por cierto, aunque he sido reiteradamente invitado a ellas. Y no lo he hecho por cierta vergüenza ajena que me produce este hecho, el del gasto público en actividades lúdicas y alcohólicas.


Yo estoy afiliado al mismo sindicato al que estuvo afiliado mi padre. Será costumbre familiar, será que he crecido con las siglas y el color rojo rondando siempre por la casa, con ejemplares del Mundo Obrero encima de la mesa, aunque he de decir que no soy un feligrés sindical, ni mucho menos. Me lo tomo con distancia. Pero en aquella época, siendo yo un niño y en la Historia de España ocurriendo eso que llamamos Transición, mi padre era Secretario General Provincial de una rama laboral. Él era un simple obrero, y creyó en su momento que los contratos laborales podían legalizarse, normalizarse, presionando a los empresarios. Él realizaba visitas de inspección a ciertas fábricas, y siempre cuenta cómo cuando entraba en algunas de ellas, los trabajadores (sin contrato) saltaban por las ventanas y salían huyendo para proteger al empresario que los explotaba pero que al mismo tiempo los tenía trabajando y les permitía subsistir. Mi padre luchaba contra los resultados de esta estafa que aún hoy se da: trabajadores que perdían un brazo en una máquina y ya no podían trabajar más ni recibir ninguna remuneración por su minusvalía, ocasionada por el trabajo que estaban realizando para un empresario que prefería realizar sus actividades económicas en negro. En una ocasión el empresario quiso hablar con mi padre. Lo citó en el bar del pueblo, y a la vista de todos los parroquianos el señor sacó una pistola y la dejó sobre la mesa mientras conversaban.

Cuánto cuesta y para qué sirve ese dinero, y a quién va, quién está detrás de ciertas siglas. Lo que no se puede consultar es la cantidad de dinero que reciben las ONGs en España. Sabemos que en 2011 las subvenciones dirigidas a las mismas serán de 210 millones de euros, pero a estas partidas hay que sumar las que estas organizaciones reciben de organismos públicos concretos y que salen de lugares diferentes. Muchas de estas Organizaciones No Gubernamentales están coordinadas por la iglesia católica, y debiéramos conocer también para qué sirve ese dinero, dónde va, y cuánto de esas subvenciones caen en proyectos inútiles o estériles elaborados por cualquiera con más pundonor o pasión o espontaneidad puntual que inteligencia o sentido común.

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