miércoles, 9 de mayo de 2012

Los días grises

Creo que llevamos ya cuatro semanas con lluvias ininterrumpidas. El fin de semana, mientras limpiábamos la casa por la mañana y la preparábamos para unas visitas (las únicas visitas que tenemos últimamente son las de los compradores potenciales), Emma se detuvo un momento, con el trapo del polvo en la mano y la mirada perdida en la ventana, y dijo, como para sí: si no sale el sol pronto me voy a volver loca.

Es una de estas situaciones que comienzan a ser bíblicas, imágenes que uno creía que pertenecían al mundo de la literatura latinoamericana que más nos gustó una vez, la de Cien años de soledad. Aunque no todo es gris, no siempre. A veces, como ayer, ¿ayer?, por la tarde, salió un rayito de sol. Como no estamos ya acostumbrados, y yo había ido a recoger a James, me apresuré a sacarlo al jardín a que jugara bajo el sol, mientras yo comenzaba a preparar la cena. En una de estas, que miré hacia el otro lado, hacia afuera de la calle, vi a las vecinas de abajo, las cuatro niñas rubias de la familia del número 26. Se habían puesto los pantalones más cortos del ropero, de los de marcar paquete, y patinaban calle arriba calle abajo como si fuera verano y el sol llevara muchos días seguidos en el cielo. Es curioso. En estos días invernales, como el calendario dice mayo, uno puede encontrar por la calle a personas con abrigos junto a otras con manga corta.

Sigue lloviendo.

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