miércoles, 23 de mayo de 2012

Día de huelga

Ayer dediqué el día de huelga a cuidar de Alexander, que tiene varicela. Lleva tanto tiempo sin ir a la escuela que se le hace cuesta arriba pensar en volver. El lunes, como no teníamos con quien dejarlo, le obligamos a vestirse. Le obligamos a asistir al colegio, pero al mediodía no pudo más. Emma (tenemos la suerte de que su madre y él van al mismo cole) se lo trajo a casa. La verdad que el día de huelga nos vino de perlas.

La hubiese secundado yo de todas formas. Hay cosas por las que merece la pena luchar, y la educación pública es una de ellas. Los menores menos favorecidos, por ejemplo, los que merecen todo nuestro apoyo para ayudarlos a superar las desventajas sociales que les han venido impuestas, que ellos no han elegido. Los menores con dificultades de aprendizaje, que necesitan un refuerzo especial sin el cual se quedarán en el vacío o en el limbo cultural en el que tantos se quedan.

Si los niños no realizan trabajos manipulativos en las primeras edades, si no dedican sus horas de recreo a escarbar en los areneros que ahora posiblemente se queden sin arena por falta de dinero, sin plastilina y sin barro, no llegarán a desarrollar el potencial que llevan dentro. Y el país será, como siempre, un país de fracasados, de los que nunca llegan a nada. Llegarán, eso sí, los de siempre: los hijos de los ricos, que acuden a centros privados llenos de recursos, de areneros renovados de arena nueva y siempre limpia, no con residuos de jeringuillas o de vidrios de botellas de cerveza, no con colillas de cigarrillos ni de porros. Renovados con subvenciones públicas también. Esto no hay que olvidarlo.

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