domingo, 2 de diciembre de 2012

Tiempo sin tiempo

Tiempo sin tiempo es lo que necesitamos los que tenemos hijos pequeños. Aquí coincidimos todos, en contemplar una serie de horas por delante con la tranquilidad de no ser necesarios para otros, de no ser necesitados con la urgencia con la que nos requieren los hijos pequeños. A tanto nos acostumbran al requerimiento, que cuando llegan a adolescentes y no quieren saber nada de nosotros lo pasamos fatal: hasta la medicación. Yo siempre dispongo de un par de cajas de Myolastan, por si las moscas.

Total, que esta mañana, con las prisas de un domingo con una hora y media subí el cerro Monterredondo buscando níscalos imposibles, pues antes de mí vi las trazas de otros muchos que habían pasado antes, el sábado, supongo. Desde la cumbre la montaña de Navacerrada y el puerto de Cotos se ve de un modo espectacular y blanca, y a esa hora dominguera, cuando los únicos despiertos son los cazadores de la dehesa, que uno oye los disparos a medida que sube el cerro y suda a dos grados bajo cero, y las vacas, por cierto, o los toros, que no pastan, sino que siguen con la costumbre veraniega de comer hojas de chaparro, uno se siente indiscutiblemente único y agradecido, aunque no haya dormido apenas tres horas interrumpidas por vómitos y llantos y cambios de sábanas y de luces encendidas y de llantos y de nanas cuyas letras uno olvida al tiempo de terminar de cantarlas. Uno se siente dichoso y heroico con la única seta recogida en la cesta, porque uno ha llegado a la cumbre del cerro, y ahora tiene apenas veinte minutos para bajarla si quiere llegar a las diez a casa. Tiempo sin tiempo es lo que uno necesita cuando tiene niños pequeños. Tiempo para buscar las setas con atención y concentración y sin prisa. Que es como hay que vivir la vida.




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