Pero también me da miedo España, los juicios sobre los despropósitos del ayuntamiento de Marbella y los que ojalá estén por venir, esa mierda de dinero entregado en sobres a cambio de contratos públicos concedidos a dedo, esa mierda de dinero repartido con prisas, dinero que sobra, dinero que no hay sitio donde esconder y por eso se reparte, me da miedo mi propio asco: el que me produce el estado de este país, que podría seguir nadando en una cierta bonanza pero se ha echado a perder por culpa de todos, pero sobre todo por los de siempre, los que están acostumbrados a ganar mucho dinero con ningún esfuerzo, con subcontratas injustamente legales, con especulaciones a corto plazo, con robos descarados de dinero público. ¿De qué nos sirve educar en la cultura del esfuerzo a los niños si siempre ganan los mismos, los hijos de ellos, los que no trabajan, los que lo tienen todo desde el vientre de sus madres, los que se crían desde el desprecio a los congéneres de diferente casta? La cultura del esfuerzo parece servir únicamente a los pobres, no solo para que sobrevivan en un mundo hostil, sino para alimentar la ganancia de los otros, los de toda la vida, los que nos quitaron la libertad y luego nos la prestaron durante un tiempo demasiado corto, ni siquiera nos dio tiempo a disfrutarla, a acostumbrarnos a ella. Ahora nos la vuelven a robar, pero de una forma distinta, sin armas de fuego, engarzada como una serpiente en el armazón de lo que llaman democracia pero que, día a día, hora a hora, está dejando de serlo, está comenzando a ser otra cosa sin nombre todavía. A lo que se parece este país cada vez más es al país que retrató hace muchos años Charles Dickens. Un país lleno de niños sin platos calientes que comer, de padres buscando cosas de algún valor en los contenedores de basura.

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