miércoles, 10 de agosto de 2011

Chavs

Conforme íbamos recorriendo España de Sur a Norte para volver a embarcar en el ferry que nos trajera de vuelta a casa, las noticias que veíamos en las televisiones de hotel por las mañanas, al despertar, primero en Madrid, luego en Valladolid (que es una preciosa ciudad a orillas del Pisuerga, que tiene algo de Guadalquivir cuando transcurre por Córdoba), se iban paulatinamente magnificando, los sucesos de Nottingham se habían ampliado a Enfield, donde vive nuestra amiga Anne con sus dos hijos pequeños, también a Birmigham, incluso a Bristol. Pero al día siguiente, ya en el ferry, nos asustamos al ver que todo aquello no era nada: que lo verdadero (lo verdaderamente salvaje) empezaba en Croydon. Qué cerca está Croydon de Cristal Palace y de Penge, que es donde Alexander va al colegio. ¿Era posible que algunos padres de sus amigos estuvieran en esa fiesta de la destrucción? Mientras conducíamos por la autopista, ya envueltos en los campos verdes, en los bosques de fresnos y de robles centenarios, nos íbamos enterando de los sucesos de Manchester.

Porque no era la población negra, indignada por una muerte injusta a manos de la policía. Detrás de ellos habían salido los chavs, la clase trabajadora (working class), ingleses de toda la vida, escondidos bajo sus judis o con la cara descubierta, a saquear las tiendas de marca, de teléfonos, de computadoras, y a quemarlo todo. Recuerdo que en el año 2006, cuando Emma trabajaba en Chatham, muy cerca de Rochester, la palabra chav era reivindicada por esa gente del sureste de Inglaterra, aunque más tarde se extendió por todo el país. Los chavs tienen su manera de hablar (londinense, poco educada, no pronuncian la letra t), su manera de vestir, y están orgullosos de lo que son. Muchos viven del paro y de las ayudas estatales, que son muy diferentes de las que hay en España. Los ayuntamientos están obligados a conceder una vivienda a una familia  cuyos adultos no tienen trabajo, más una ayuda por hijo para su manutención. Emma, que ahora trabaja en Penge, sabe que existen varias generaciones de una misma familia que nunca han trabajado: les trae más cuenta, que diría mi abuela, permanecer en el paro. Y son muchos de ellos los que se han lanzado a las calles a saquear las tiendas de marca, a robar objetos caros, por caros deseados, y al mismo tiempo a quemar establecimientos que, debido a su incultura, de la que hacen gala, desconocían su valor histórico: el pub de Croydon había sido regentado por cinco generaciones de una misma familia durante más de cien años; la tienda de muebles había sobrevivido a dos guerras mundiales.

En una de las celebraciones de la Asociación Basque Children of 37´ coincidimos en la mesa de la comida con un hijo de expatriado. Era un inglés perfecto (su madre, una niña en 1937, se había casado con un inglés, y él apenas hablaba un castellano dubitativo y sembrado de errores perdonables). Nos contó el origen de la palabra chav. Nos contó que a principios de siglo, en Chatham, acamparon unos españoles. ¿Eran españoles que huían de la guerra civil?, ¿eran un grupo de gitanos?, no lo sabía. De lo que estaba seguro era de que los españoles se llamaban entre ellos con una palabra que se repetía mucho, "chaval", una palabra que aprendieron muy rápido los habitantes de Chatham y sirvió para designar a los incultos, la clase más baja: españoles que no sabían hablar inglés, clase trabajadora. Los que ahora han ocupado las calles adueñándose de ellas, provocando el miedo alrededor.

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