jueves, 19 de julio de 2012

La muerte

Hace un año Emma encontró a su padre biológico. Vivió toda su vida con el fantasma de su existencia. Cuando nos conocimos, hace ya... doce años, lo que me emocionó de ella fue su discurso. El discurso que hacía de su vida. Alguien dijo que la esencia de un cuerpo humano era su discurso. Yo diría que es el discurso que hace de su propia vida. Lo que uno cuenta de su vida y cómo lo cuenta es el cuerpo que uno tiene delante, y uno lo desea en función de la profundidad con que ese cuerpo es capaz de enfrentarse con sus fantasmas.

Muchas veces, a lo largo de nuestra vida en común, encontré a Emma buscando en internet a su padre. Y hace un año, cuando lo encontró, parecía que se había completado un círculo, pero era falso. La relación con su padre fue distante. Estaba sin estar, estaba como ausente. Una de las cosas que le dijo de Alexander fue que le encantaba pescar, y él le respondió que él era un gran pescador, que le encantaría pasar un día de pesca con la familia.

El día llegó, pero no pescamos nada. Paul se dedicó a observar, apenas quería lanzar la caña en busca de los lucios que nosotros ansiábamos. Cuando lo ví lanzar lo hacía con un cuidado y una inexperiencia a la que no di importancia, lo importante era que estábamos juntos, que a Alexander se le enganchaba el cebo en las ramas de los árboles y él iba cuidadoso y atento a desenganchar los anzuelos de las ramas.

Emma se enfadó con él. Yo también un poco. Era un hombre distante al que parecía no importarle el haber conocido a unos nietos que le llegaron de pronto con una hija a la que no esperaba ver nunca más desde el día en que su madre se la llevó a Jersey. Me dijo que no lo iba a llamar más, que estaba harta, y yo le dí la razón.

Cuando Emma, con ocho meses, salió de Croydon en brazos de su madre para no volver hasta cuarenta años después, Paul se encontró con otra mujer con la que tuvo otro hijo de nombre Mark. Su segunda mujer, con la que no se casó, era heroinómana. Mark, con veintiún años, hace veintiún años, murió de una sobredosis. Otros hablan de un suicidio. Da igual. La segunda vez que Emma se encuentra con Paul le pide ir a visitar la tumba de su hermano. Paul le dice que nunca ha vuelto desde el día del entierro. Y allí van, con mi hijo James, a visitar la tumba de un pobre niño que no tuvo infancia o que no tuvo madre y a quien nos hubiese gustado mucho conocer. Mark.

Hace cinco semanas alguien llamó para decir que Paul estaba ingresado en el hospital May Day. No se llama así, así se llama la calle donde está el hospital, en Croydon. Un hospital terrible, enorme, lleno de enfermos abandonados y de enfermeras a las que les da igual el estado de los pacientes. Fue transferido a otro hospital, el St. George´s Hospital, donde le han encontrado una metástasis de un antiguo cáncer de colon además de una infección de un virus sin cura denominado JC. En poco tiempo, Paul ha pasado de contestar a preguntas a repetir palabras. Las últimas palabras de una frase que uno le dice. Los médicos, después de una biopsia cerebral, han diagnosticado lo peor: una muerte segura en un plazo muy corto.

Con la enfermedad han llegado los amigos. Uno de ellos, el mejor de todos, que se llama Ginger o le dicen Ginger, vaya usted a saber, le contó a Emma que un día le llamó Paul muy nervioso y le dijo: "Ginger, me tienes que contar todo lo que sepas sobre pesca, tengo que llevar a mi nieto a pescar y no tengo ni puta idea". Y así vamos teniendo la otra imagen de un hombre silencioso y distante que tal vez, porque había perdido un hijo, porque en su juventud había perdido una hija y no se atrevió a reclamarla, por tantas cosas, se sentía avergonzado. De lo que nos vamos enterando, ya sin remedio, es de que sus amigos lo quieren mucho, y que a sus amigos les contó muchas veces su historia. Una pena que nos enteremos de esto ahora, cuando su viaje no tiene retorno.

1 comentario:

  1. ¡Qué tremendo, qué tremendo! La vida está llena de malos entendidos, de interpretaciones erróneas, y solo hay una cosa que nos puede consolar: que lo que sabemos ahora no lo sabíamos antes.
    Somos muy poca cosa.

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