domingo, 20 de noviembre de 2011

A contratiempo

Caí enfermo el lunes, hace una semana. Llegué a casa y me puse el termómetro y marcaba 38,5. Desde entonces comencé a tomar paracetamol, para poder ir al trabajo, para estar medianamente despierto como para leer los documentos del Máster. En buena hora me he metido a hacer el Máster, con lo a gusto que vivía yo leyendo mis libros. Ahora no tengo tiempo. James se ha puesto enfermo también y aunque me alegra poder levantarme a las cuatro de la mañana no me hace gracia que quiera estar todo el rato cogido en brazos, pobrecito, con su nariz llena de mocos y su mirada brillante. Es un lío que todo se junte, porque se convocó el otro día el concurso de traslados y ahí voy buscando papeles y tratando de decidir qué centros solicito antes y qué otros después, hasta un total de 300 como máximo. Esto me provoca la ansiedad natural de quien sabe que tiene que mudarse de casa, que tenemos que volver a España, y que ahora mismo, cuando escribo, hay mucha gente de fiesta porque ha ganado un partido político que me sigue dando un poco de miedo. Me he obligado a no llevar en la mochila ningún libro, si no en el tren, en lugar de estudiar, me pongo a leer como hacía mucho tiempo atrás, evadiendo los libros de texto. Los libros se han quedado en casa, sobre todo en el cuarto de baño, que es donde sí me permito seguir leyéndolos. Terminé Piedra Infernal de Malcolm Lowry y me pareció mejor libro que el del volcán o el de la tumba, la verdad. Escribía muy hermoso. Una pena su vida, sin embargo. Me siento en la taza del váter y me pongo a leer los libros que no puedo leer en otro lugar. Detrás de la puerta James da golpes con algún juguete. No me inmuto. Sigo leyendo. Llegó hace unos días The Sea, de John Banville. Escribe tan bien que estoy deseando encerrarme otra vez allí. No oiré que aporrean la puerta, ni que gritan mi nombre o dicen "papá, abre".


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