lunes, 29 de octubre de 2012

El frío

Hace frío. Esta segunda madrugada de hielo sobre los coches me hace recordar al hielo de las noches de Londres, inevitablemente. El raspar de los cristales y el encender el coche diez minutos antes de que Emma y Alexander comiencen su viaje cotidiano al colegio que siguen compartiendo, ahora el British Council, antes un centro educativo de niños pobres y maltratados por la desgracia de sus progenitores.

Ahora soy yo quien tiene desgracias infantiles, abandonos, pobreza extrema de padres en paro e inmigrantes que no saben si volver a sus países o esperar un poco más a ver si la situación mejora, aunque las cifras dicen que no. Las cifras son tan terribles como las vidas individuales. La madre de S., sin embargo, está contenta. Han logrado llegar a un acuerdo con el banco, que se queda el piso hipotecado. Ellos se marchan, con lo que quepa en el coche, a Devon, donde ya hay familia, y donde, por lo visto, en la megafonía de los supermercados se solicita mano de obra. Lo mismo que aquí, me dice, con sorna.

Algún profesor con la mujer en paro ya no pudo poner la calefacción en todo el invierno pasado. Se abrigaban como podían, con capas de cebolla. Este invierno, sin embargo, dicen que será duro. Sobre todo para aquellos que no puedan poner la calefacción, o peor aún, los que se queden sin casa, sin cama, sin mantas, desahuciados como leprosos, apartados de la sociedad a la que hace tan poco pertenecían con orgullo. ¿Nos queda tan solo esperar a ver cuándo nos toca a nosotros?

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