jueves, 22 de septiembre de 2011

Libros robados

En el instituto los libros se encontraban en las estanterías acristaladas de los departamentos. Yo aprendí a abrir las puertas con un sedal de naylon. Pasaba el hilo por detrás del pestillo y luego tiraba muy despacio de las dos puntas, haciendo ceder el pestillo, hasta que se abría la puerta sin ruido. Quienes me acompañaban buscaban exámenes por los cajones. Yo, en la penumbra del departamento violado, leía los lomos de los libros, elegía alguno al azar. Así es como llegó a mis manos la Historia del tiempo, de Stephen Hawking.

Lo leí durante el verano de 1986. Han pasado 25 años, y todavía se encuentra aquel ejemplar entre los volúmenes de los estantes, los que no han sido guardados en cajas, los que no se quedaron en la casa de mis padres, en Córdoba, o en el ático de Fuengirola. Está conmigo, como un fetiche. Los libros eran conquistas. Los libros leídos. Los que podía terminar. Y se iban quedando ahí, en el estante de mi habitación, no junto a los libros de texto, aparte de ellos. Los que iban formando mi identidad, lo que me hacía distinto. Estaban también libros que comenzaba a comprar, claro está, los que adquiría con el dinero del reparto de propaganda por las calles del centro, generalmente en la plaza de Las Tendillas.

Me avergüenza ahora un poco eso de los libros robados. Sobre todo contarlo, decirlo así, sin más. Los compañeros me llamaban cuando necesitaban registrar un departamento: "Tenemos un examen mañana, ¿no podrías abrirnos la puerta del de Lengua?" Yo, mientras se procedía al meticuloso registro, leía los lomos de los libros: Adiós, Cordera; Trafalgar; Poeta en Nueva York...

Quitaba el tejuelo de los lomos, pero quedaba intacto el sello entre las páginas del libro. Pronto, ahora que ya los libros están dejando de ser conquistas, fetiches, los devolveré, o los donaré, o los dejaré estar. Quién sabe.




2 comentarios:

  1. Qué tiempos aquellos! Ciertamente no me vi envuelto en esas incursiones, aunque sabía de ellas y creo recordar verme beneficiado en alguna.

    Sería genial un post sobre las andanzas que tuvimos de adolescentes. Te presto mis recuerdos.

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  2. Hombre Juan, me vendrían bien tus recuerdos porque los he olvidado casi todos, ya ves que soy un desastre. La memoria es selectiva, engañosa y falsa. Pero es lo único que tenemos.

    Está muy bien que no estuvieras envuelto en aquellas incursiones. Casi nos pillan.

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