miércoles, 8 de febrero de 2012

De concierto

Alexander se portó muy bien dadas las circunstancias: era tarde, día entre semana, y a veces Vicente Amigo se queda solo tocando la guitarra en un escenario oscuro donde lo único iluminado es su figura mágica, su rostro mirando al cielo, mientras sus dedos desgranan por soleá, una soleá muy elaborada que se pierde en frases y frases y olvida el ritmo para retomarlo luego, de pronto: es dulce, muy dulce, hasta que emerge como un torrente la violencia que yace en todos nosotros, en él también: el flamenco, como cualquier arte, ha de tener de todo un poco, en este caso la dulzura más suave y la violencia más desgarradora. Alexander se aburría, o tal vez le entraba el sueño. Pero luego, cuando aparecieron los músicos que acompañan al maestro, todo cambió: percusionistas, palmeros, cantaor y hasta un bailaor que dejó la sala boquiabierta. Encantador mi hijo, que se hizo mayor de pronto a mis ojos, y encantador, como siempre, Vicente, que comenzó hablando en inglés:  I am learning, dijo. I am very happy to be here with you. La sala se reía de lo lindo, aunque también cuando al palmero se le soltó el micrófono y no sabía cómo ponerlo de nuevo en el soporte. "Ponle un poco esparadrapo a eso". Más risas.

Fueron dos horas que se hicieron cortas. Me asombra Alexander lo mismo que me asombra Vicente. Se le ve mayor, pero sigue siendo un niño. Un niño guapo y tímido, el mismo que yo veía hace veinticinco años sentado en el césped, tocando su guitarra, en el barrio de la Fuensanta. Qué lejos y qué cerca está todo.

1 comentario:

  1. Vaya, no has tenido tiempo de hablar de los toreros: en las dos horas de concierto el cantaor, Rafael de Utrera, nombró a cuatro toreros en sus coplas. Me intriga mucho ese aspecto curioso de los artistas flamencos, cada vez más mestizos, mas viajados, y anclados también en lo mismo de siempre. En fin, qué le vamos a hacer.

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