viernes, 24 de febrero de 2012

Una biblioteca honesta

Los miércoles recojo a Alexander después de su actividad de kick, que quiere decir fútbol, a las cuatro y media de la tarde. Aunque todavía no es un messi del asunto, al menos se lo pasa bien, corre y grita muchísimo, pidiendo que le pasen el balón.

Cuando llegamos a la estación, si tenemos tiempo antes de que pase el tren que nos lleva a casa, nos quedamos un rato en la sala de espera, que es donde se compran también los billetes, y donde recientemente han puesto la Kent House Honesty Library, que es una estantería con libros y donde el que llega puede coger uno, llevárselo, leerlo, con la promesa de devolverlo al terminar. Hay semanas en que la biblioteca está a rebosar de libros, y hay que colocarlos unos sobre otros, amontonados como los que teníamos en casa antes de guardarlos en cajas. Otras veces hay solo unos cuantos.

Nadie vigila la biblioteca, nadie hace un seguimiento de las lecturas, nadie recuerda a nadie que está pasando demasiado tiempo sin devolver un libro, nadie parece quedárselo para sí. Es lo que tiene este país, en que la palabra honesty surte un efecto mágico para el punto de vista de un español. España, me dice Emma, a quien le pregunté sobre la palabra honesty en el caso de la biblioteca de Kent House, es picaresca: en España una biblioteca así, en la estación de, pongamos por caso, Galapagar-La Navata, se quedaría vacía en unos cuantos días. En Inglaterra eso, dice ella, es imposible. Si le pides a un inglés que sea honesto, lo será antes que nada.

Hay un montón de autores que no conozco. Otros sí: está el James Joyce de A Portrait..., el Pérez Reverte de The Fencing Master, el Roal Dahl de The BFG, el Amis de Money, etc. Así que si tenemos tiempo, nos sentamos en los bancos de espera y leemos un rato Alexander y yo, él con los zapatos del kick llenos de barro y yo con la incertidumbre de pensar en una biblioteca así, libre de vigilantes y de tejuelos y de carnés, en la estación de Galapagar-La Navata.

1 comentario:

  1. El pasado verano, en Barcelona, nos encotramos con algo parecido en el patio del Antiguo Hospital De la Santa Creu. Actualmente es la sede de la biblioteca nacional de Cataluña. La biblioteca estaba cerrada pero el patio, que comunica dos calles entre sí, estaba abierto y había varias personas disfrutando del buen día sentadas en los bancos y en las escalinatas.

    Había un puesto de libros de segunda mano para quien quisiera hacer uso de ellos. En un cartel se informaba de que incluso te podías llevar un libro siempre y cuando dejases otro a cambio. Lo más sorprendente de todo es que también podías encontrar la prensa del día. Podías coger El País, sentarte a leerlo en un banco y después dejarlo de nuevo en su sitio para algún otro paseante.

    No había ninguna vigilancia en el puesto. La verdad es que me sorprendió.

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